segunda-feira, 15 de setembro de 2014

De esclavos de Faraón a siervos de Dios













Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo y en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor. Éxodo 1:13-14
Fue el propio Faraón quien invitó a la familia de José a vivir en Egipto Génesis 45:17-18. Al principio eran nada más que 70 personas. Génesis 46:26-27, pero comenzaron a crecer y a multiplicarse tanto que los egipcios se sintieron amenazados. Para intentar detener a los hebreos, usaron la tiranía y la esclavitud contra el pueblo.
La esclavitud fue una marca constante en los pueblos antiguos, pero, en algunos, fue notoria una crueldad más acentuada, como la que les fue impuesta a los hebreos tras el surgimiento de un nuevo Faraón, que no conocía a José.
El rey de Egipto determinó exhaustivos trabajos forzados a los hijos de Israel, que fueron obligados a construir pirámides, ciudades y canales de agua. Además de eso, plantaban, cosechaban y aún recogían paja para producir la mezcla para los ladrillos. Y no importaba si tenían aptitudes, pues no los autorizaban a ejecutar ninguna otra actividad diferente de las que les eran determinadas. Eso quiere decir que eran nada más que una propiedad del Faraón.
En este período, Israel pudo comprender bien lo que implicaba una vida de dura servidumbre. Como esclavos, no tenían derechos y ni siquiera tenían autonomía para tomar decisiones personales, alimentar sueños o proyectar el futuro. En realidad, los israelitas eran obligados a someterse irrestrictamente a la autoridad máxima de Egipto.
Hasta que llegó la liberación del yugo faraónico a través de las manos del propio Dios. Éxodo 14:30. Los egipcios fueron derrotados, tragados por las aguas del mar.Éxodo 14:27:28; 15-19, mientras Israel estaba libre para servir única y exclusivamente al Todopoderoso.
Ahora, lejos de la esclavitud, de las amenazas y de la humillación, el pueblo estaría delante de un Dios que lo trataba con justicia y respeto, listo a ofrecer provisión y seguridad para siempre. La tierra de Canaán pertenecería a Israel e Israel pertenecería a Canaán perpetuamente. Además de eso, su nuevo Señor haría a los israelitas tan fuertes que ningún enemigo iba a poder resistirles.
Cinco de vosotros perseguirán a ciento, y ciento de vosotros perseguirán a diez mil, y vuestros enemigos caerán a filo de espada delante de vosotros. Porque Yo Me volveré a vosotros, y os haré crecer, y os multiplicaré, y afirmaré Mi pacto con vosotros. Levítico 26:8-9
Mientras que la esclavitud de Faraón los había humillado y debilitado, el Altísimo los fortalecía, los prosperaba y los honraba delante de los otros pueblos.
Ante todo esto, ¿quién no quedaría eternamente agradecido por ver a su vida y a su familia en plena libertad, en la expectativa de un futuro transformado? Con Israel sin embargo, no fue exactamente así.
A pesar de que el nuevo Señor tenía derechos sobre el pueblo, y que por eso podía exigir lo que quisiera, el único pedido hecho fue que obedeciese a Sus mandamientos. Esa obediencia elevaría a los israelitas a la condición de siervos del Altísimo - siervos libres - y eso los volvía invencibles.
No obstante, en vez de permanecer obedientes a las leyes de Dios y agradecidos por Sus hechos, se rebelaban y endurecían la cerviz en muchas situaciones. En el desierto, por ejemplo, provocaron al Señor con murmuraciones e idolatría, mientras que en Egipto habían obedecido al rey durante 430 años. La pregunta es: ¿acaso los israelitas serían capaces de hacer con Faraón lo que hacían con Dios?
Israel no logró mantenerse siervo para siempre y, en su rebeldía, experimentó el aguijón del dolor. Cuanto más se resistía a obedecer, más lo lastimaba el aguijón. Así, perdió la honra, la tierra y el privilegio de adorar en el Templo, hasta tornarse escoria del mundo. Eso es una lección para todos nosotros. Pues no existe quien desobedezca y continúe disfrutando de los privilegios Divinos. 2 Samuel 7:14 Si Dios no perdonó a los ángeles rebeldes y no perdonaría a Su propio Hijo si Le desobedeciese, ¿cómo perdonaría a Israel de su rebeldía?
En este mundo, ser siervo de Dios es sinónimo de ser insignificante, despreciado y considerado como lo último. Sin embargo, en el mundo espiritual, no existe honra mayor que ser siervo del Altísimo, como dicen las Escrituras: Si alguno Me sirviere, Mi Padre le honrará. Juan 12:26 y Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. Mateo 20:16. Esto quiere decir que en el Reino de Dios, los verdaderos siervos tendrán lugar de honra.
Espiritualmente hablando, también éramos esclavos de “Faraón” - en este caso, el diablo - y estábamos sujetos a cualquier tipo de sufrimiento. Sin embargo, fuimos igualmente rescatados por nuestro Dios, y nada de lo que hagamos será suficiente para que saldemos la tan gran deuda que Él pagó por nosotros. Mateo 18:24-27.
Lo que nos resta, por lo tanto, es ser un siervo que ame tanto a su Señor que haga un pacto voluntario de servirlo con gran lealtad, como sucedía en el pasado.
En aquella época, los pobres y los endeudados eran obligados a servir durante seis años, pero, al séptimo, podían irse. Sin embargo, si en ese tiempo se hubieran apegado a su señor podrían escoger quedarse con él hasta el fin de la vida. Entonces eran llevados ante la presencia de los jueces para que les agujerearan la oreja, mostrando con eso ante todos y para siempre la decisión tomada. Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre… Éxodo 21:5-6 En otras palabras, decía: “Soy de mi amo, le serviré hasta la muerte, voluntariamente, y él me protegerá.”
Este siervo de oreja agujereada no necesitaba decir nada - la marca de su cuerpo ya revelaba quién era él. De la misma forma hoy, el siervo trae en la propia vida la marca perceptible de que pertenece a Dios: el deseo de servirle.
El Señor Dios no nos obliga a servirlo. Sin embargo, ansía encontrar personas con esta disposición: que sean libres, pero totalmente comprometidas con Él.

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