Había un maestro que contaba siempre una
parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el
sentido de la misma…
— Maestro, —lo encaró uno de ellos
una tarde. —Tú nos cuentas las parábolas pero no nos explicas su significado…
— Pido perdón por eso. —Se disculpó
el maestro con el alumno. —Permíteme que en señal de reparación te convide a
comer un rico durazno.
— Gracias maestro. —Respondió
halagado el discípulo.
— Quisiera, para agradarte, pelarte
tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
— Sí. Muchas gracias. —Dijo el
discípulo.
— ¿Te gustaría que, ya que tengo en
mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo
comértelo?…
— Me encantaría… Pero no quisiera
abusar de tu hospitalidad, maestro…
— No es un abuso si yo te lo
ofrezco. Solo deseo complacerte…
— Permíteme que te lo mastique antes
de dártelo…
— No maestro. ¡No me gustaría que
hicieras eso! Se quejó, sorprendido el discípulo.
El maestro hizo una pausa y dijo: —
Si yo les explicara el sentido de cada parábola… Sería como darles a comer una
fruta masticada.
El Señor Jesús, nos enseña a través
de muchas parábolas. Enseñanzas que ratán de nuestra relación con Dios, tienen
significado espiritual y eterno. Además nos ayudan a meditar en lo que el
Espíritu Santo nos quiere enseñar y para poder comprenderlas es necesario estar
en espíritu.
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